Recalentamos la Pizza Valentine del dúo madrileño Fuckaine, un disco que no por incomible deja de resultar altamente adictivo.
Twin Peaks ha vuelto y las estrellas de series coetáneas copan los realities personales. Las casetes reaparecen aunque no incorporan un bolígrafo de rebobinado. Los calcetines blancos y las sandalias se han paseado por medio mundo y las camisas desabrochadas ya no sólo son vestidas por seguidores de Espartaco Santoni. El cuarto de siglo celebra sus bodas de plata en compañía de Cobi y Curro. Y Fuckaine también decidió unirse a este festival de los sentidos noventeros en su último disco, Pizza Valentine (Industrias Bala, 2016).
Los madrileños publicaron el pasado año uno de los discos más extraños, inclasificables y peculiares del panorama internacional. Y, por tanto, bello. El canon clásico tiende a asumir que la copia y repetición de las figuras reales crea un atractivo equilibrio que ha de ser admirado por cualquier persona de cierto gusto estético. Sin embargo, la teoría del arte ha podido encontrar otra salida para aquellas obras excepcionales en las que el factor desequilibrante aporta una perspectiva transgresora, una mirada en la que la provocación a los sentidos abandona el concepto platónico y se acompaña del gusto por el feísmo, el trazo irregular o la supresión de figuraciones. El morro torcido. Las colillas en el plato. Fuckaine siempre ha gustado de ir deshaciéndose de etiquetas estilísticas en cada nueva publicación y en este Pizza Valentine ha conseguido crear una nueva caja de Pandora gracias a su esquizofrenia musical y a un efusivo abrazo a los sintetizadores.
El disco, grabado entre los estudios de Paco Loco y Manufacturas Sonoras, no es de digestión sencilla. Requiere de varias escuchas para encontrarle el punto a no ser que también sufras de personalidad múltiple musical o tu miedo a crecer siga mandando señales a tu cerebro de manera habitual. Pizza Valentine aparece como un caleidoscopio psicotrópico cuya escucha fácilmente te lleva a la electrónica noventera o te pervierte hacia el mundo de los videojuegos y las series infantiles. Ben Stiller pasó una noche en el museo y Fuckaine en el parque de atracciones mientras en la megafonía se mezclaban Parchís, Kraftwerk y todos los números uno de Top of the Pops. De este modo, una se sorprende ante la extraña conexión existente entre temas tan dispares como el ruidoso «Whistle», el exotismo de «I Will Bring You Down» o el pop asesino de «Ode to Repitition». «Expo 92» y «Grecas» aparecen como dos visiones dignas del pasillo de los espejos y los mundos paralelos que la mente de los infantes cultivan. Para sorpresa, tras la hipnosis positiva, Pizza Valentine crea una segunda parte instrospectiva que va cerniéndose sobre las estridencias iniciales. Sin dejar de lado la diversión, esta cara B se mueve sin gravedad, por parajes menos amigables y las arenas movedizas se colocan ante nuestros pies. «Puke Tahina» o «Pepperoni» resultan ejemplares al respecto. Por paradójico que resulte, Fuckaine ha encontrado la cordura en su disco más extremo.
PEDRAZO REVIEW QUITO SOMBRERO EN 3, 2, 1…