Los dos primeros EP de We. The Pigs forman un díptico casi inseparable a pesar del año y medio transcurrido entre sus fechas de publicación.
El nombre que se le asigna a una obra artística de cualquier tipo le proporciona a nuestra memoria un asidero superior al ofrecido por pseudotítulos anodinos: Estudio XIV, Composición 3, Diseño C y otros por el estilo, tan comunes en las artes plásticas pero que siempre me han producido gran desazón. Existe una tradición similar de gran arraigo en el mundo musical, con infinidad de discos homónimos que no son necesariamente óperas primas junto a casos extremos como el de Led Zeppelin, quienes necesitaron publicar cuatro álbumes antes de animarse a bautizar los sucesivos.
Salvando las distancias, los suecos We. The Pigs han hecho algo semejante con sus dos primeros EP a los que, a falta de una denominación mejor, se refieren como EP1 (Discos de Kirlian, 2016) y EP2 (Discos de Kirlian, 2017). Ambos discos son fruto de las mismas sesiones de grabación realizadas en Estocolmo, aunque la masterización fue llevada a cabo por Carlos René en Madrid antes de ser publicados por Discos de Kirlian, en ediciones tan limitadas que el primero de ellos está agotado y es de esperar que el segundo no tarde en correr idéntica suerte.
El sonido de este sexteto, liderado por Veronika Nilsson y Martin Taro, tiene unas raíces que se hunden hasta la década de los ochenta, inspirándose en algunos de las bandas incluidas en la famosa casete recopilatoria C86 (Rough Trade/New Musical Express, 1986). Aún más evidente es su parentesco con los grupos primigenios del shoegazing, especialmente con unos My Bloody Valentine cuya influencia y relevancia no parece sino acrecentarse con cada año que pasa. Pero frente al conocido perfeccionismo sónico de un Kevin Shields que terminó por conducir a su banda a la parálisis, el sonido de We. The Pigs tiene un componente lo-fi que le aporta naturalidad y no poco encanto.
Y como exponentes del legado sonoro recogido por We. The Pigs están sus canciones, breves extractos de pop que en la mayoría de los casos ni siquiera llegan a los tres minutos de duración. En el caso de este EP2, solo la inaugural «Start Over» supera por escaso margen ese límite temporal que convencionalmente se considera el mejor formato para encapsular la canción de pop perfecta. Si me viera forzado a escoger entre las cuatro canciones que lo componen quizá me decantaría por «Too Young» y «Wake Up», temas enérgicos, veloces y muy reminiscentes de los The Pains of Being Pure at Heart más primerizos. Pero el disco al completo es un buen ejemplo de ese shoegazing ecléctico en el que conviven tanto las tendencias ruidistas del noise rock como las melodías cristalinas del dream pop, si bien la balanza se escora un tanto hacia esta segunda vertiente.