El hecho de que los nuevos álbumes de Perapertú y Escuelas Pías aún no se hayan publicado no supuso un obstáculo para la celebración del concierto del pasado sábado.
Fotografía: Eva Sanabria
Dado el estado de la escena musical actual, en ocasiones podría llegar a parecer que la publicación de discos fuera poco más que un pretexto para justificar la presencia de un músico sobre un cualquier escenario, una forma de prometer que la próxima serie de conciertos no será un calco de la anterior. No obstante, ni Perapertú ni Escuelas Pías parecen necesitar de tales artificios. Los primeros acaban de publicar una solitaria canción a modo de anticipo del que será su primer álbum, mientras que los segundos no hace mucho que terminaron las sesiones de grabación para el todavía inédito sucesor de su debut Nuevas degeneraciones (El Genio Equivocado, 2016). Incluso cabría considerar este doble concierto como un ensayo general de las sendas presentaciones de sus futuros trabajos pero ello le restaría encanto a una velada tan interesante en lo musical como el pasado sábado 16 de noviembre en la sala Juglar de Madrid.
Los primeros en subir al escenario fueron Perapertú, ya fuera por su menor veteranía —recordemos que todavía no han debutado en largo— o en señal de hospitalidad hacia los visitantes sevillanos de Escuelas Pías: no es que en un concierto de este tipo quepa hablar de teloneros, aunque tendamos a considerar al grupo programado en último lugar como la atracción principal. En todo caso, tras una introducción titulada «Miramar» los madrileños pasaron directamente a los platos principales con «En Dakar», el recientemente publicado primer adelanto de su inminente álbum. El sonido de Perapertú fue irreprochable ya desde estos momentos iniciales pero cabe mencionar una cierta sobriedad en la puesta en escena, llamativa en un grupo al que le presumía un talante más festivo. No obstante, la banda no tardó demasiado en hallar su espacio y antes de interpretar una canción con las credenciales de hit de «Obsidiana» su maquinaria ya había alcanzado velocidad terminal. La instrumentación era la usual, con los teclados como claros protagonistas gracias a la presencia de dos pequeños sintetizadores microKORG, uno de ellos reservado para los momentos en los que el cantante Ahmed Moussa abandonaba la guitarra y otro como complemento del Yamaha de dimensiones más que respetables empleado por Yago García. Justo antes de «Talonario de Aquiles» llegó una de las sorpresas de la velada, con la intervención de una vocalista invitada que añadió una segunda voz durante un total de tres canciones, destacando especialmente las armonías vocales desarrolladas en «Curare». La retirada de esta cantante —presentada por Ahmed simplemente como Carmen— fue sucedida por «Palmas bajas», otra de las canciones por las que siento especial debilidad, con esas líneas de guitarra que recuerdan a un tiempo a los primerísimos The Cure, a Talking Heads y, por citar un referente menos añejo, a Vampire Weekend. En definitiva, se trató de una actuación muy satisfactoria de un grupo al que pretendo seguir la pista y cuyo primer álbum —anunciado sottovoce para el próximo mes de febrero— no pienso pasar por alto.
Finalmente los componentes de Escuelas Pías se dispusieron a salir a escena, tras el intermedio logístico de rigor. Hace ya algún tiempo que descubrí este grupo gracias a su condición de proyecto paralelo de Cristian Bohórquez —guitarrista de Blacanova— pero jamás había tenido la ocasión de escucharlo en directo. Por ello, fue del todo inesperado ver cómo al dúo se le sumaba José Prieto de Terry vs. Tori en calidad de bajista invitado. Aunque quizá no se trate de algo tan sorprendente, teniendo en cuenta que ambos grupos proceden de Sevilla y que Bohórquez ha coproducido el último sencillo de estos paladines del dream pop más soleado.
Escuelas Pías tomó posesión del escenario de la manera que más o menos había imaginado, con Bohórquez guitarra en mano y parapetado tras un sintetizador mientras que Davis Rodríguez se concentraba en las tareas vocales, empleando un segundo teclado —nuevamente un microKORG— y una pandereta en momentos más puntuales. Por su parte, Prieto confirió un timbre más atmosférico a su bajo de lo que acostumbra a hacer en su banda principal, aunque un pedal de overdrive aportara un agradable punto de suciedad en alguna ocasión. Las inevitables programaciones corrieron a cargo de un ordenador que fue depositado de forma poco ceremoniosa en el suelo junto al multiefectos de guitarra, casi como proclamando la mínima relevancia de las secuencias pregrabadas frente al carácter eminentemente orgánico de la actuación que estábamos a punto de presenciar. El concierto comenzó con los dos primeros temas de Nuevas degeneraciones: «Maldad en la residencia» a modo de introducción y siendo sucedida por una espléndida «Temporal» que permitió apreciar las cualidades vocales de Davis de manera inequívoca.
Y sin embargo, la voz de Davis no fue más que una parte del estupendo sonido conseguido por Escuelas Pías, cuidadosamente trabajado y al que la sala Juglar hizo justicia salvo por alguna amenaza de acople de la que los miembros de Perapertú tampoco habían estado exentos un rato antes. Por desgracia, los sevillanos tuvieron que pisar el acelerador debido a las limitaciones horarias aunque la sensación de apresuramiento quedó limitada a las casi inexistentes pausas entre canciones, sin salpicar a la actuación en sí. De este modo, pudimos disfrutar de la fabulosa «Una casa unifamiliar» —incomprensible descarte de su primer ábum que por fortuna ha hallado acomodo en el EP Pequeñas desviaciones (El Genio Equivocado, 2017)— y «Zoo», que puso fin a la noche con su estribillo repleto de referencias a estar «fuera de control». Confío en tener ocasión de volver a ver ambas bandas en directo con motivo de la publicación de sus respectivos álbumes: lo presenciado en Juglar no ha hecho sino aumentar mi interés por su nuevo material.