La pasada noche de reyes asistimos al programa doble ofrecido por Camellos y Gloriosa Rotonda, en una velada organizada por la discográfica Limbo Starr.
Fotografía: Eva Sanabria
Comenzar a cumplir alguno de los propósitos para el año nuevo expresados en nuestro reciente editorial se ha revelado como algo sorprendentemente fácil para mí, al menos en lo referido a la asistencia a conciertos de grupos nuevos. Aunque contaba con dura competencia en la misma manzana, la programación del Café La Palma para el pasado viernes 5 de enero consiguió seducirme y encaminé mis pasos hacia allí, dispuesto a recibir una dosis de novedad en directo directamente de mano de Camellos.
La condición de grupo nuevo era especialmente cierta en el caso del grupo encargado de abrir el cartel, unos Gloriosa Rotonda absolutamente desconocidos por mí a pesar de haber sido mencionados recientemente en Capitán Demo como una de las bandas emergentes que habremos de seguir durante 2018. Con el sencillo digital «Pasta pizza» por toda discografía, la información acerca de la banda con la que contaba era somera hasta el punto de no saber que esperar más allá de un sonido escorado hacia el rock. Ataviados con camisetas negras decoradas con tiras adhesivas de colores fluorescentes, el grupo ofreció una actuación bastante correcta durante el transcurso de la cual recordaron que su primer EP había sido publicado ese mismo día. La banda también tuvo tiempo de engarzar una versión de «Three Girl Rhumba» de Wire entre sus propias canciones, para la cual su cantante cedió el micrófono al guitarrista. Hacia el final, el grupo mencionó su anterior encarnación bajo el nombre de The Bärds —apelativo que sí me resultaba familiar— pero tendré que escuchar su prometido EP para hacerme una idea más clara de su propuesta.

En cuanto a Camellos, no puedo decir que se traten de unos desconocidos pero nunca los había visto en directo así que me siento más o menos legitimado para, en cierto sentido, considerarlos un grupo nuevo. Al menos tres de sus cuatro componentes venían ya fogueados de participar en otros conciertos esa misma noche, con Frankie Ríos habiendo ofrecido una actuación en la Sala Siroco en calidad de miembro de Caliente Caliente mientras que Fernando Naval y Tommy Dewolfe ni siquiera tuvieron que subir al escenario del Café La Palma: ya se hallaban sobre el mismo por formar parte de Gloriosa Rotonda. Vaya por delante que Camellos es un grupo en absoluto ajeno a la intención humorística pero su afán de cachondeo quedó patente ya desde los primeros compases de «Ejecutivo estresado» con su memorable estribillo en el que increpan a su protagonista, advirtiéndole de que le va a dar un «marichalazo» y que va a ver las flores crecer desde abajo. Continuar con el single «Siempre saludaba» solo podía añadir aún más potencia a este arranque y el concierto se mantuvo a ese excelente nivel, soberbio en lo puramente instrumental e igualmente interesante en lo vocal, con esas ráfagas disparadas al unísono por Frankie Ríos y Fernando Naval que son una de las marcas de la casa.
No obstante, el calor inundaba la sala y aunque Fernando Naval continuaba sonriendo de manera imperturbable, el hercúleo baterista de la banda aprovechó la coyuntura para despojarse de su camiseta mientras Frankie Ríos parecía a punto de derretirse y suplicaba que se apagara alguno de los numerosos focos que iluminaban el escenario. A la banda aún le quedaban buenos momentos por ofrecer, como sendas interpretaciones de «Gilipollas» y «Becaria» que a punto estuvieron de dejar la sala patas arriba y una «Très bien» con la letra ligeramente modificada para que aludiera a la sala en que nos encontrábamos esa noche en lugar de a la Wurlitzer Ballroom. El concierto continuó a despecho de una rotura de cuerda de guitarra durante «Que sobrabas» y tras «Telmo y Luis» Camellos nos regalaron «Gilipollas» a modo de bis, si bien en esta ocasión girando los micrófonos hacia el público para que fuéramos nosotros quienes nos encargáramos de las voces. Por fortuna, una aguerrida pareja —chica y chico, ambos luciendo camisetas con el logotipo de la banda— estuvo a la altura del desafío y se lanzó a ello con un acierto similar a su nivel de entusiasmo. El concierto terminó al filo de la medianoche, ese momento en el que se apagan los amplificadores y que sirve como toque de queda en la mayoría de salas madrileñas. Ya solo nos quedaba bajar de la kunda conducida por Camellos, al menos hasta la próxima dosis.