El verano es propicio para lecturas ligeras que van a ser consumidas en la playa o en la piscina. Relatos como el que sigue, una historia a modo de slice of life de mi grupo: Señorita Sanabria.
Como cada lunes, los chicos y yo quedamos en el local de ensayo. Álvaro —guitarrista— es enfermero y vive lejos, muy lejos, en la sierra. No le da pereza hacer un trayecto de hora y media de ida y hora y media de vuelta en transporte público para ensayar dos o tres horas. Sergio —baterista— tiene su propia empresa de montaje de cocinas y araña minutos al día para poder venir al ensayo. Y yo —bajista—, metida en mil proyectos que apenas me dejan tiempo para el ocio, cargo con mi bajo hasta el metro de Almendrales, donde se encuentra nuestro local. Estos somos los componentes de mi grupo: Señorita Sanabria, un nombre que surgió como una broma pero que finalmente se volvió en mi contra. Por listilla.
Como cada lunes, sonamos a algo parecido al garage surf de grupos sesenteros, con un toque cada vez más punk al que tengo que poner freno en cada nuevo tema para no acabar sonando a Extremoduro (con todos mis respetos a la ilustre banda extremeña, faltaría más). Ninguno de los tres queremos cantar, no somos buenos cantantes. Yo tomé algunas clases de canto y mi profesora, un cielo, me dijo en alguna ocasión que no había visto nunca ningún caso como el mío y no, como sospecháis, no fue un cumplido. Así que, entre Sergio y yo, nos repartimos los temas y hacemos lo que podemos.
Como cada lunes, repasamos el set list, de apenas 35 minutos, y probamos nuevos riffs, nuevos ritmos, nuevas ideas para seguir aumentando minutos en ese todavía escueto repertorio que atesoramos. Los títulos de las canciones los escojo yo. Desde que comenzamos a escorarnos hacia el punk decidí compensarlo con nombres de lo más pretencioso, el problema es que ni siquiera yo soy capaz de recordar la melodía que acompaña a dicho título y tenemos que tirar de subtítulos del estilo de «La nueva», «Esa nueva no, la «otra nueva»».
Como cada lunes, nos tomamos una cerveza en la azotea mientras cae el sol y fantaseamos. Sobre todo fantaseamos con tocar con algún grupo amigo, que la entrada sea gratis, invitar a todo el mundo al concierto y que sea al aire libre, eso ya sería lo más. «¿Quizá en la sierra, Álvaro?», «Se puede mirar», «Eso sería lo más». Como cada lunes.