A Place to Bury Strangers protagonizaron la velada del pasado jueves en el Moby Dick Club, pero hemos preferido centrarnos en sus acompañantes, Numb.er.
A Place to Bury Strangers es uno de esos grupos que nunca he tenido ocasión de ver en directo aunque los sigo desde hace años. Así que mi expectación no hacía sino aumentar a medida que me adentraba en la oscuridad del Moby Dick Club de Madrid el pasado 30 de agosto, aproximándome al escenario para no perderme ni un momento de la bacanal de ruido que se avecinaba. Pese a haberse vendido todas las localidades, lo temprano de la hora hizo que no hubiera problema en obtener un privilegiado lugar en la primera fila y me dispuse a esperar la llegada del trío estadounidense.
Pero antes íbamos a poder disfrutar con la actuación de Numb.er, compatriotas de A Place to Bury Strangers aunque procedentes del otro extremo del país. Numb.er es una banda angelina de la que hemos hablado recientemente con motivo de la publicación de su álbum Goodbye (Felte, 2018). Más de treinta años separan esta propuesta de los días de gloria de la escena deathrock de California, con bandas como Christian Death o los resucitados Altar de Fey en su avanzadilla. No obstante, la distancia sonora es mucho menor que la temporal y resulta fácil ver la línea imaginaria que une estos ya añejos sonidos con Numb.er. Pero ni Jeff Fribourg es un Rozz Williams de pacotilla ni su banda se limita a ser una fotocopia de Christian Death ligeramente puesta al día.
Numb.er ofreció una actuación en la que —además de las texturas de las guitarras y sintetizadores— destacó el sólido rol de la base rítmica comandada por la bajista Laena Geronimo, quien también se atrevió con los sintetizadores en «Blackbird» después de haberse empleado a fondo cantando la colérica «Hate». La interpretación del propio Fribourg también resultó notable y, si bien tan solo en la mencionada «Blackbird» se atrevió a dejar de ser una presencia encorvada sobre un sintetizador, su voz sonó rotunda y con mayor proyección de lo que mis escuchas de Goodbye me habían preparado para esperar. El concierto llegó a su fin tras una fantástica interpretación de «Again» y, mientras los miembros de Numb.er recogían sus bártulos precipitadamente, una introducción pregrabada que sonaba a riña de gatos anticipaba la llegada de A Place to Bury Strangers. Pero, tras pertrecharme con bebida fresca, me faltó el coraje necesario para regresar a un lugar cercano a las primeras filas y me conformé con comprobar desde la barra que el Moby Dick Club es un recinto que se le queda pequeño a los neoyorquinos.