Continuamos sometiendo a examen a los barceloneses Paranormales. Y, por supuesto, su álbum de debut no podía salvarse de nuestro escrutinio.
El revival actual de los años ochenta se ha prolongado durante tanto tiempo que casi hemos olvidado la época en que la música de esta década no gozaba de buena reputación: quizá porque en una más que probable reacción frente al punk, el Zeitgeist de buena parte de aquellos años fue ciertamente conservador en lo cultural. Durante los años noventa —y más allá— incluso se volvió habitual emplear el adjetivo «ochentero» de manera peyorativa, como un sambenito adjudicado a lo demodé y a lo kitsch. Pero a la postre, la década de los ochenta no ha resultado ser una isla en medio de un mar hostil y su legado ha terminado floreciendo en el siglo XXI.
La música de Paranormales es abiertamente tributaria de muchas de las propuestas que prosperaron en aquellos años. Sus atmósferas sombrías construidas con sintetizadores y destellos guitarreros pueden recordarnos al sonido de los Depeche Mode menos primerizos o a propuestas patrias como Niños del Brasil. Pero el hecho de contar con dos vocalistas proporciona a la banda catalana una baza difícilmente superable, que aporta una bienvenida dosis de variedad a su primer trabajo, Belona (Buen Día Records, 2017).
La naturaleza electrónica de la banda se ve bien complementada por el trabajo de David Toro a las guitarras, mientras que las voces de Ana Ruiz y Juan Carlos Delgado dejan patente la importancia del componente humano frente a la frialdad intrínseca que todavía hay quien atribuye a la música hecha con sintetizadores. Pero al margen de la producción de Maurizio Baggio —conocido por su trabajo con The Soft Moon y cuyo goticismo asoma en temas como «No eras tú»—, la gran virtud del primer trabajo de Paranormales son sus canciones. Quien se hubiera familiarizado con los sencillos «Centinelas» y «Permanecer» antes de la publicación de Belona habría podido pensar que el grupo ya había ofrecido lo mejor de sí mismos, aunque el pop accesiblemente oscuro de canciones como «Escribo tu nombre» hace que la escucha de este disco resulte necesaria para los amantes de la melodía.
Como sucede con los mejores hallazgos, he descubierto Belona tarde y de manera casual. El mero hecho de debutar con un álbum ya revela cierta ambición por parte de la banda, si bien Belona es un disco ambicioso per se. La desmesura de su tono y la grandilocuencia de su discurso son los elementos que lo definen, arropando sus excelentes canciones con un envoltorio épico que les sienta francamente bien. Al mismo tiempo, este es el único problema de Belona que se me ocurre señalar: su intensidad reclama toda la atención del oyente y proporciona escasos momentos de distensión que ayuden a establecer contrastes entre sus cumbres y valles. A cambio, el producto final resulta tremendamente accesible, sin que la banda haya comprometido su integridad para conseguir un trabajo con trazas de clásico.