Camellos y El Pardo se unieron a Gures el pasado 23 de marzo para dar uno de los conciertos de la temporada en Madrid. Punk de oposición.
Fotografía: Eva Sanabria
Cámara Olympus OM-D E-M10 Mark III
La despedida de El Pardo resultó más dolorosa que la muerte del pequeño dictador para los acólitos de Santiago Abascal. La banda comandada por Raúl Querido era un azote político y una pieza fundamental para adentrarse en el suburbano de la emergencia madrileña menos popular. Una enorme pérdida a la que recordábamos cada semana con las novedades que llegaban desde Moncloa, Vistalegre y Génova. Una formación necesaria que volvió a los escenarios como teloneros de Camellos el pasado 23 de marzo en el concierto patrocinado por Gures (licor café). El Pardo no podía faltar en estos momentos pre-elecciones.
En un horario más que temprano, la Sala 0 del Palacio de la Prensa no estaba vacía. No éramos pocos los que esperábamos que las palabras pasadas de Raúl Querido fuesen un punto seguido y no significaran el adiós definitivo. Las voces disonantes no pueden desaparecer. Y El Pardo no defraudó. Resulta muy complicado escribir sobre un concierto tan intenso y perfecto en su expresión y ejecución. Raúl Querido es punk y se observa en cada letra, intención y mensaje lanzado. Su interpretación resultó tan hipnótica como histriónica mientras su reloj decidía desprenderse de su muñeca mientras aporreaba y convulsionaba en el suelo como si de una performance de los años setenta se tratase. Desataba toda su rabia (y el público le acompañaba) mientras relataba a ritmo de ska («Skasta»), stoner («Matadero»), se ponía tierno con «Un yerno ideal» (como la madre de Malú) o acababa de after con «PDRSNCHZ (NLNST)». Europa dijo sí a El Pardo. Un concierto que nos dejó con ganas de más, de nuevas fechas y nuevas canciones que cantar con nuestra VOX.
El Pardo dejó sudados y desgañitados al público que colgó el cartel de «no hay entradas» horas antes del inicio del concierto. En esta ocasión, la tímida primera fila estaba repleta de seguidores buscando el pogo. Y Camellos no se hicieron esperar. El cuarteto afincado en Madrid se nos está escapando de la emergencia y grita a voces ascender de un tamaño de fuente mayor en festivales y saraos que vayan apareciendo en su futuro inminente. No hizo falta que hablasen con el público: el chico de la camiseta de Game Boy y compañía sabían que ellos ponían las letras a la música de Camellos. Y así fue. En una hora de concierto, la carta de ajuste compartió escenario con toda la discografía de una de las bandas más interesantes del momento. Hubo tiempo para recordar sus primeros temas («Telmo y Luis»), quedarse un rato en la glorieta de Embajadores (Limbo Starr, 2017) con «Ejecutivo estresado», «Caja de pino» o «Que sobrabas» y recenar un Arroz con cosas (Limbo Starr, 2018) mientras juegas al «Muelle» y te tomas un Saimaza, «Café para muy cafeteros». Mención aparte merece «Gilipollas», coreada en su primera versión y convertida en el bis siempre necesario con el que terminar un concierto. O una discusión. O una relación. Nunca estará de más. Igual que la música de El Pardo y Camellos para sus entregados fieles.