Relatamos nuestra primera visita «oficial» al festival Tomavistas: esto fue lo que vivimos durante su primera jornada, celebrada el viernes 24 de mayo.
Fotografía: Aída Cordero
Una primavera más hemos acudido al Parque Enrique Tierno Galván de Madrid para asistir al festival Tomavistas, aunque hayamos escrutado esta edición con mayor intensidad. De los eventos de este tipo que se celebran en la Comunidad de Madrid, Tomavistas es uno de los que realiza mayores esfuerzos por diferenciarse, tanto a través de una programación que trata de no replicar la de otros festivales como mediante un notable compromiso con la escena emergente. A estos dos elementos hemos de añadir un presupuesto más modesto que el de otras grandes citas de esta naturaleza, forzando a la organización a programar de manera coherente y creativa sin limitarse a emplear el poderío económico procedente de patrocinios y fuentes diversas. Esto hace mucho por conferir al festival una personalidad particular que ni siquiera se mantiene estática, sino que evoluciona año a año casi como si se tratara de un organismo vivo.
Dicho esto, unas complicaciones laborales de última hora —el auténtico signo de nuestra época— se confabularon con la huelga de Metro para no permitirme presenciar el arranque de esta edición del festival Tomavistas, que asumió la forma de una actuación de Camellos. Llegar a tiempo de verlos interpretar su ya clásico reprise instrumental de «Gilipollas» era lo máximo que me había atrevido a esperar, aunque la dura realidad es que ni siquiera conseguí ver la intrigante propuesta de Niña Coyote eta Chico Tornado, ataviados para la ocasión de color rosa chicle.
Así, las cosas, el recién comenzado concierto de Ángel Stanich en el escenario Wondo (en adelante el principal) fue mi iniciación a esta edición del festival. Conseguí llegar a tiempo de ver al músico cántabro contradecirse con decisión y no poca ironía, afirmando no querer «dar una chapa política» justo antes de dedicar «Salvad a las ballenas» al fundador apócrifo de Más Madrid, un tal Lenin tumbao. El músico se referiría posteriormente a Manuela Carmena como «la abuela más molona de Madrid», aunque aclaró que tal vez se debiera a que Pitita Ridruejo nos había dejado. Pero además de estas pequeñas píldoras políticas, Ángel Stanich dio un concierto tan soberbio como acostumbra, recorriendo temas imprescindibles de su repertorio como «Hula hula», invitando a la necesaria reflexión política con «Señor Tosco» y culminando con «Carbura» y «Mátame camión».
Tras este comienzo me di de bruces con la peor de las novedades introducidas en esta edición del festival: los diez minutos de cortesía que antaño se concedían para tener la oportunidad de migrar entre escenarios han sido suprimidos. En esta edición el final de un concierto coincidía con el comienzo de otro y me vi forzado escoger entre Escila y Caribdis durante toda la jornada, perdiéndome casi todos los principios, algunos finales e incluso ambas cosas en alguna ocasión. La primera de tales disyuntivas tuvo lugar con Las Odio y Los Estanques, decantándome por las primeras porque contaba con ver a los segundos en directo tan solo unos días más tarde en compañía de Alice Wonder, en el último de los conciertos de la presente edición de Girando por Salas.
Sin embargo, por el camino me topé con Marisol de Celéstica, a quien aproveché para interrogar acerca de los planes presentes y futuros de su proyecto. Finalmente llegué al escenario Dr. Martens (en adelante el mediano) a tiempo de ver a Las Odio interpretando «Cuchillas», con Paula transmitiendo buen rollo gracias a su habitual energía y perenne sonrisa. También pude escuchar «Blackout» e «Indiespañol» y, aunque todavía no he tenido ocasión de familiarizarme íntimamente con su último trabajo, pude reconocer «El final de la fiesta» como la canción escogida para poner fin a su actuación.
El regreso al escenario principal vino precedido por un nuevo encuentro fortuito con Andrés, Santi, Fran y Fito de Capitán Sunrise, con quienes departí sobre su fichaje por Jabalina y la publicación de su tercer álbum. Pese a todo, llegué a tiempo de ver a Triángulo de Amor Bizarro interpretando «El fantasma de la transición». He perdido la cuenta de las veces que he visto esta banda en directo y sospechaba qué iba a encontrar en el Tomavistas: «Amigos del género humano», la fabulosa «Qué hizo ella cuando la encontró», «Les llevaré mi cruz», «Seguidores», «O Isa» y «De la monarquía a la criptocracia», además de algún tema nuevo. Tan estupendos como siempre.

Nueva encrucijada: ¿Cala Vento o Uniforms? Tenía interés por ver ambos conciertos, aunque al final acabé decantándome por los catalanes ya que habíamos visto a las jienneses hacía tan solo un par de meses. Milagrosamente, conseguí hacerme con una privilegiada posición cercana a las primeras filas y desde allí pude ver a Aleix y Joan iniciar su concierto con «La comunidad». La suya fue la primera actuación que conseguí ver desde el principio —hube de renunciar a ver el final del concierto de Triángulo de Amor Bizarro para ello— y me supo a gloria, con temas como «Todo», «Historias de bufanda», «Sé lo que hicisteis», «Isabella Cantó» y «Abril» no haciendo sino confirmar el empuje del dúo y el buen estado de forma del proyecto tras la publicación de Balanceo (Montgrí, 2019).
Se imponía un nuevo peregrinaje hasta el escenario principal para asistir al concierto de Cigarettes After Sex, uno de los teóricos grupos importantes del festival. No soy en absoluto indiferente a la propuesta de Greg Gonzalez, capaz de facturar excelentes canciones dotadas de un componente vocal tan acariciadoramente personal como ratonero. La exigencia de la banda de que sus fotografías se difundieran exclusivamente en blanco y negro —más que probable causa de que las imágenes de las pantallas a ambos lados del escenario también prescindieran del color— me pareció una afectada tontería, aunque ello no me impidió disfrutar del reciente sencillo «Crush», «Sunsetz», la genial «K.», «Nothing’s Gonna Hurt You Baby» o «Apocalypse». Es cierto que el letárgico preciosismo de estas canciones dificilmente sería capaz de animar una fiesta en decadencia —podrían aspirar a apuntillarla, todo lo más—, pero el reposo tan poco festivalero de Cigarettes After Sex fue uno de los mejores momentos de este Tomavistas.

La escasa distancia que nos separaba del escenario Jägermeister (en adelante el pequeño) forzó que, en lugar de regresar al mediano para ver los algo plúmbeos Wooden Shjips, optara por Playback Maracas, un dúo de Mataró cuyo nombre parece aludir a su uso de programaciones y a su confesa afición por la cumbia. Además de los sintetizadores y una guitarra de doble mástil, el vocoder parecía ser la principal herramienta del dúo para conformar su sonido: tanto, que en algún momento me sentí tentado a canturrear wir sind die Roboter y, de hecho, quizas llegara a hacerlo. La aparición por sorpresa de un saxofonista sumada a un interludio de cumbia estuvo a punto de noquearme, aunque fui capaz de reponerme para disfrutar de una propuesta tan divertida como sui generis.

Y llegó la hora de Beach House, a todas luces el plato principal de la primera jornada de esta edición del Tomavistas. Mi expectación ante este concierto se veía un tanto mermada por haber tenido la ocasión de disfrutar de su anterior paso por Madrid en septiembre de 2018, durante la gira promocional de 7 (Sub Pop, 2018). Con todo, la temprana llegada de «Lazuli» hizo mucho por llevarme a su terreno y permitirme disfrutar una vez más de su propuesta. La banda, apenas iluminada por tenues contraluces, inundó el anfiteatro con una mágica languidez que demostró que los festivales no tienen por qué exhibir un carácter forzosamente festivo.

Por último, no hubo duelo a muerte entre Toro y Moi en el escenario mediano y Bronquio en el pequeño. Había sido un día muy largo y opté por una retirada tan a tiempo que es posible que la salida a escena de Digitalism me encontrara de vuelta en casa y ya dormido.
Continúa leyendo la crónica de la segunda jornada del Tomavistas 2019.