El viernes pasado Summer in the City continuó de la mano de The Underground Youth y Second Still, si bien con sonidos que suelen asociarse a la gelidez de la música oscura.
Fotografía: Eva Sanabria
El ciclo de conciertos Summer in the City ha llegado para recordarnos que ni el verano es un periodo reservado para la fiesta, ni la música en directo tiene que verse necesariamente encorsetada por los formatos predominantes en los festivales al uso. Por ello, la última propuesta de la promotora Indypendientes, celebrada el pasado 7 de junio en la sala El Sol de Madrid, encajaba a la perfección con el espíritu de este ciclo. Tanto The Underground Youth como Second Still podrían incluirse sin demasiado esfuerzo en alguno de los géneros que pueblan ese vasto maremágnum que muchos no dudan en calificar de «gótico», pese a que algunos reaccionen al escuchar esa palabra como si les hubiera picado un bicho.
El primer grupo en salir a escena fue el trío californiano Second Still. Estos angelinos acaban de publicar Violet Phase (Fabrika, 2019), un segundo álbum que no solo demuestra que no son unos recién llegados, sino que sirve como testimonio de su voluntad de seguir ahondando en el campo de la cold wave, por más que que la vocalista Suki Kwan nos explicara recientemente que habían intentado no hacer un disco de género. Una «Try Not to Hide» procedente de su debut homónimo estuvo entre los primeros temas de la noche, aunque «Eternal Love» pronto dejó constancia del peso que las nuevas canciones de la banda tienen en su repertorio actual. Entre las más notables hay que destacar los sencillos «The Future» y «Double Negative», tocadas en sucesión antes de que el concierto se precipitara hacia su final con «Special No One» y una «Opening» rescatada del EP Equals (Weyrd Son, 2018). Pese a las reminiscencias que el deathrock cultivado por las bandas de Cleopatra Records ha dejado en su sonido, la actuación de Second Still puso de manifiesto que el instrumento menos esencial de su propuesta es una guitarra eléctrica que desaparecía de escena cada vez que Alex Hartman se hacía cargo de un sintetizador adicional, dejando el bajo eléctrico en manos de Ryan Walker. Hubo excesivas pausas entre canciones: siempre que era necesario hacer algunos ajustes en el looper y cada vez que Suki y Alex se agachaban para escrutar un diminuto pedazo de papel con anotaciones a mano, presumiblemente un repertorio pergeñado a última hora. Pero no cabe hacer muchos reproches más a unos Second Still cuyo solvente sonido únicamente resultó lastrado por una relativa falta de presencia de las programaciones.
Tras un intermedio no especialmente prolongado los componentes de The Underground Youth salieron a escena, cosechando una reacción del público que puso de manifiesto su carácter de estrellas de la velada. No es que fuera necesario: el proyecto del mancuniano —hoy afincado en Berlín— Craig Dyer ha acumulado en poco más de diez años una abultada producción discográfica que lo ha convertido en una de las bandas más destacadas del post-punk actual. Que The Underground Youth se halle de gira para promocionar su último álbum —el notable Montage Images of Lust & Fear (Fuzz Club, 2019)— resulta algo casi anecdótico si tenemos en cuenta la cantidad de hits ya existentes en su discografía.
La puesta en escena de The Underground Youth es ciertamente imponente y hasta sobrecogedora, en buena medida a causa de la energía destilada por una Olya Dyer que se niega a sentarse tras su minimalista kit de batería y la letalidad que Max James imprime a cada uno de los movimientos realizados con su bajo eléctrico. No es que el rol desempeñado por las guitarras de Leonard Kaage y el propio Craig Dyer sea baladí, pero es imposible obviar la personalidad que la base rítmica le proporciona a un proyecto que nació con el post-punk en su ideario. Canciones recientes como «Last Exit to Nowhere» y «Blind II» o con la solera de «Morning Sun» se sucedieron en un recital que concedió escasos momentos de respiro al público. El poderío de la base rítmica se aseguró de ello, sin que la férula que inmovilizaba el dedo corazón izquierdo de Max James fuera un obstáculo aparente. Tampoco es posible obviar el talante aventurero de un Craig Dyer que descendió del escenario en dos ocasiones. La segunda de tales expediciones tuvo lugar cerca del final, con toda la banda —salvo la imperturbable baterista— uniéndose a él en su esfuerzo por sentir aún más de cerca el calor de un público cuya entrega rozó el fervor en una noche que supuso un estupendo fin de temporada para Indypendientes.
