L’Exotighost aterrizaron desde su platillo-cocotero en la azotea de La Casa Encendida de Madrid para introducir a propios y extraños en la magia tropical de la exótica.
Así, como una suerte de primos cercanos de The Residents y conscientes de que lo que se disponían a hacer sobre las tablas sería tan estrambótico como bonito, hicieron su aparición el pasado 28 de julio los madrileños L’Exotighost en la azotea de La Casa Encendida, dentro del circuito veraniego La Terraza Magnética. Presentaban su disco debut La ola oculta (Industrias Bala/Everlasting Records, 2019) y lo que ocurrió a continuación durante algo más de una hora fue una bizarra hermosura tropical y enigmática, explicable solo a medias, que nos dejó a los presentes la sensación (certera) de estar presenciando algo único.
La banda que lidera el multinstrumentista y mago del teremín Javier Díez Ena (Dead Capo, Ginferno, Forastero) es un sincerísimo y apasionado canto de amor a la exótica, un género popularizado por el estadounidense Les Baxter a principios de la década de los cincuenta y que acabaría bautizando el pianista Martin Denny con su disco Exotica (Liberty Records, 1957). El género se caracteriza por constituir una quimera entre los sonidos polinesios o asiáticos y la formación predominantemente jazzística de estos músicos estadounidenses quienes, bien por contacto directo con tales culturas exóticas, bien por influencia de emigrados allí, dieron rienda suelta a su imaginación y a su propia interpretación de los sonidos tropicales, orientales o amazónicos. La música exótica aparece de este modo salpicada de cantos de ave, rumores selváticos, rugidos de pantera, saltos de agua y aullidos simiescos, sobre una base rítmica y armónica perfecta y elegantemente ejecutada; como si reuniésemos a una de aquellas big bands de jazz de los años cuarenta en mitad de la espesa jungla. Siguiendo el gusto de la época por lo distante y desconocido, ya fuera Marte y las culturas alienígenas de la literatura pulp o las lejanas islas de la Polinesia, la música se convierte en una forma de viajar sin moverse del sofá. A ello se añaden a su vez los instrumentos propios de estas culturas exóticas con las que los músicos estadounidenses se van encontrando: bongos, vibráfonos, gongs o palos de bambú.

Terminado el apunte contextual, volvamos a dirigir la vista al escenario donde los integrantes de L’Exotighost han tomado ya posiciones: María Arranz (JORCAM) a la marimba (y un instrumento precioso en forma de ánfora de cristal que no logré identificar); Ricardo Moreno (Mastretta, Los Ronaldos) a la percusión en todas sus formas y variantes; Javier Díez Ena al teremín, ukelele bajo y efectos electrónicos; y Juan Pérez Marina (Leone, Corcobado, Cartografía del Ruido). Lo de este último merece casi un capítulo aparte porque este tipo no parece sacado de este mundo: el madrileño desplegó su maestría en un impresionante y variado catálogo instrumental que iba desde el samisen japonés al ukelele bajo, pasando por la lap steel y la guitarra de reminiscencias oceánicas, demostrando su devoción por los cordófonos de cualquier tipo y origen (no nos extrañará verle un día tocando una guitarra Pikasso, si es que no lo ha hecho ya). Díez Ena, por su parte, nos fascinó, como ya es costumbre en él, con su dominio del teremín: sus sonidos agudos y sibilinos son a veces galácticos, otras inquietantes y lúgubres, a menudo tropicales y hasta operísticos (oyéndolo es difícil no imaginarse a una Yma Sumac endiosada y excesiva, al menos más de lo que ya lo era, que ya es decir). Por supuesto recomendamos desde aquí encarecidamente el disco anterior de Díez Ena, Theremonial (Conflict & Syncope Rec., 2017), donde este instrumento bello y espectral es el protagonista absoluto.

Si los pioneros del género exótica añadían ecos de la selva a sus composiciones, Díez Ena hizo lo mismo de forma digital con un abanico extenso de samples y efectos de sonido; incluso la sirena de un coche de policía que pasó allá abajo, en la calle, se incorporó al repertorio como un oportuno testimonio sonoro de nuestra propia jungla actual, la de asfalto, menos exótica pero igualmente salvaje.
Todo esto, unido a uno de esos atávicos atardeceres naranjas de Madrid y a la agradable azotea que nos ofrece La Casa Encendida cada verano, hizo del concierto de L’Exotighost una experiencia inolvidable. Yo no sé qué más queréis. No hace mucho presentaban La ola oculta en el Costello Club de Madrid, el festival Monkey Weekend o el ciclo Bombo y Platillo de Zaragoza, tierra natal de Díez Ena. Así que es más que probable que muy pronto te enteres de nuevas fechas en que estos simpáticos marcianos tropicales toquen cerca de ti.
Hazte un favor a ti mismo/a, humano/a, y ve a disfrutarlos.
