Acudimos al encuentro que tuvo lugar en la Wurlitzer Ballroom con The Psychotic Monks y Pinpilinpussies, con motivo del ciclo de conciertos Fetén organizado por La Estanquera.
En los últimos meses, tomar la decisión de a qué concierto ir o qué plan va a ser el elegido ese día requiere cierta determinación, ya que con la cantidad de oferta que nos inunda resulta difícil decidirse tan solo por un concierto y no querer dividirse en mil pedazos para poder asistir a todos y no perderse ni un segundo de lo que pase. La noche del viernes 1 de noviembre servía de plan alternativo a la resaca emocional y no tan emocional que la noche anterior —la celebración de Halloween— había provocado con diferente programación en paralelo por diferentes salas de Madrid. Nosotras nos decidimos por presenciar la fuerza que se creó en un instante con los conciertos de las catalanas Pinpilinpussies y los parisinos The Psychotic Monks.
Pinpilinpussies contaban con su peculiar puesta en escena, tocando frente a frente y desprendiendo esa rabia y furia que las caracteriza —además de sus engominados pelos— a la hora de subirse a un escenario. Su primer largo, Fuerza 3, será publicado en los primeros meses del próximo año, pero Raquel Pagès y Ane Barcena no dejaron tampoco de tocar temas de su EP 80/B (autoeditado, 2019), como los ya conocidos «Makarra», «Gritos» o «Rebajas», sin tampoco dejar de lado los nuevos sonidos que prometen en su primer disco a través de canciones como «Antxoa», «Machete», «Olla», «Balada #1» o «Balada #2». Las posiciones de guitarra y batería rotaban entre ambas, al igual que las balanceantes cabezas de muchos que se habían topado con ellas por primera vez y se llevaron una grata sorpresa al conectar con el sonido de este dúo. De este modo, en su segunda visita a Madrid dejaron que fluyese el descaro por la Wurlitzer Ballroom, haciendo rebotar su peculiar estilo garage con tajante aire de post-punk.
Sorprende ver como una banda extranjera con miembros cuya edad apenas superan la veintena, se planta sobre un escenario y lo devora con tanta personalidad. A lo largo de la actuación de The Psychotic Monks se escuchaban comentarios sobre si esa noche había sido realmente uno de los mejores conciertos a los que habían asistido alguno de los allí presentes. Personalmente, me atrevo a decir que razón no les faltaba. Enamorarse de la gran bola de fuzz que envolvía la sala no era muy difícil. Solo había que estar dispuesto a hacerlo y The Psychotic Monks lo lograron con creces. Es cierto que uno de sus puntos fuertes es el carisma y temperamento que reúnen a la hora de interpretar sus temas. El momento en el que representaron «Wanna Be Damned (Punk Song», Paul Dussaux abandonó sus queridos sintetizadores por el bajo eléctrico, siendo ahora la fusión sonora aún más estridente, juntado con todos los movimientos de la banda y la manera que tenían de frotar las cuerdas de sus instrumentos contra los pies de micrófono, lo cual era digno de admirar. De ahí hasta el final de la noche, todo fue un espectáculo fabuloso.
Noche redonda en la capital. Ambas bandas demostraron dotes de excepcionalidad artística. Lástima por todos aquellos que decidieron tener un plan alternativo, porque esa noche en la Wurlitzer Ballroom no hubo ocasión para arrepentirse de la gran velada que se vivió.