El pasado 29 de noviembre la Wurlitzer Ballroom se transformó en un pedazo de San Telmo, trayendo a la Gran Vía a los argentinos Bestia Bebé.
Dentro del elenco de bandas que nos han llegado en los últimos años desde América Latina —especialmente desde Argentina y Chile— destaca Bestia Bebé. Los argentinos llegaban a la Wurlitzer Ballroom dos días después de abrir para Carolina Durante en el baño de masas que los madrileños se habían dado en La Riviera el fin de semana anterior. La sala no estaba llena, pero no se echaba de menos a nadie. El público llevaba esperando desde las 22:00, mientras tocaba Koala Voice, banda eslovena bastante decente que traía una propuesta a medio camino entre punk y garage bastante trabajada.
Una vez Koala Voice finalizó su actuación, Bestia Bebé salió al campo. El concierto fue desde el principio un curioso campo de pogos, en el que la mitad de los que llenaban la sala eran integrantes de grupos: desde Confeti de Odio saliendo a la parte de atrás a respirar después de saltar durante cinco canciones seguidas sin parar, Olaya Axolote ascendiendo al cielo cual Virgen María en procesión por Triana o Diego Ibáñez agarrándose a la bola de discoteca que cuelga en el techo de la sala, para disgusto de la camarera de la barra, que miraba todo desde lejos un tanto perpleja. Locura colectiva, vaya.
Para deleite de los que pudimos asistir, Bestia Bebé hizo un recorrido de más de hora y media por su repertorio de canciones eléctricas, con riffs que recuerdan a los mejores The Strokes y letras que te llevan a los bajos fondos de cada ciudad. Las letras de Tom Quintans son una suerte de poesía costumbrista del siglo XXI, bien montadas, con mucha mucha fuerza y con mensajes de esperanza, todo mezclado con bases sólidas de bajo y batería y una ejecución perfecta. Pocos grupos recuerdo haber visto en la Wurli que sonaran tan tan guay como Bestia Bebé. Mención de honor al técnico que llevaba el grupo, que hizo un trabajo de locos.
Bestia Bebé tocaron todo: pasó por el concierto «El gran Balboa» y nos emocionamos con «El amor ya va a llegar» y «Lo quiero mucho a ese muchacho». La voz de Quintans encaja perfectamente con el estilo del grupo, amén de contar con una presencia que recuerda mucho a Oasis, pero a la latina. Sin moverse demasiado, pero llenando el escenario y acompañándolo todo con un campechanismo digno de Juan Carlos que creaba una complicidad muy guay con el público. En definitiva, Bestia Bebé consiguió mezclar toda la rabia y energía que permite tocar en salas pequeñas, conjugándolo con un sonido espectacular y un repertorio envidiable, que hicieron que cada euro desembolsado y la resaca del día siguiente en el curro merecieran completamente la pena.