Asistimos a la presentación en Madrid del segundo álbum de los barceloneses Medalla, escoltados para la ocasión por los locales Carrera.
Fotografía: Eva Sanabria
El largo fin de semana madrileño se vio marcado en lo musical por el concierto ofrecido el sábado 7 de diciembre en Wurlitzer Ballroom por los barceloneses Medalla, que acudían con su segundo álbum bajo el brazo. Sus acompañantes eran los madrileños Carrera, banda que ya ha conseguido dejar cierta impronta en la escena local a pesar de su todavía brevísima existencia.
Ya eran más de las 23:00 cuando los componentes de Carrera subieron al escenario. El cuarteto aún no ha publicado ningún trabajo que nos permita saber qué variedad sonora cultivan, aunque ello no debe hacer que les supongamos bisoñez: sus miembros proceden de bandas como Noise Nebula y Homegirl, si bien estos últimos cuentan con un solo sencillo en su haber. La propuesta de Carrera no se aleja demasiado del sonido de estas dos bandas, haciendo gala de un pop atmosférico en castellano, sin sintetizadores pero con una formación de cuarteto que les permite un cierto margen para experimentar con texturas y capas sonoras. No obstante, la voz fue el eslabón más débil del conjunto durante su concierto, con una interpretación vocal que oscilaba entre lo melódicamente monocorde y la spoken word, aunque deslucida por algunos problemas de afinación. Con todo, el público que abarrotaba la sala acogió cálidamente la propuesta de Carrera, llegando casi al paroxismo en «Buscando un hueco», «Lo importante es estar cómodo» o «El café», anunciada como el final de la actuación. Sin embargo, el auténtico final llegó con «San Juan», una interesante pieza puntuada por un duelo de tapping entre guitarra y bajo.
La actuación de Medalla arrancó tras un line check en el que un enérgico Eric Sueiro dejó patente su naturaleza de líder de la banda. Prescindiendo del usual paripé de bajar del escenario para volver a subir entre presumibles aplausos, el comienzo de «Cuello isabelino» arrancó la primera de las reacciones enfervorizadas del público. Aunque Medalla no es un grupo con cuya música esté íntimamente familiarizado era imposible no sentirse contagiado del ambiente festivo imperante entre las primeras filas, propelido por detalles como la hostia en la cara a la que alude la letra de «Lengua afilada». Medalla sonaban francamente bien: tan melódicamente interesantes como agresivos, con un sonido lleno al que contribuía en no poca medida el trompetista que suplementaba al cuarteto. «Guardián» está entre mis canciones preferidas del último trabajo de la banda, pese a lo cual el gran momento del concierto llegó con el binomio formado por «El Tajo» y «Devoto cardenal». Esta última es merecidamente una de las canciones más notables de Medalla (El Segell del Primavera, 2019), combinando la agresividad de su sonido con una oscuridad que emanaba tanto de las tinieblas sonoras como de la socarronería de su letra: se me antoja difícil escribir unos versos más lúgubres que «Hacienda somos todos / Todos somos España». Pero no todo estaba dicho, aunque lo tardío de la hora hizo que me batiera en retirada cuando el grupo atacaba los primeros compases de la excelente «Máquina de plata», canción que abre su último trabajo.