La productora Pastachuli presenta Petricor, su nuevo disco, y reflexiona sobre la creación de una música ajena a las limitaciones de etiquetas.
Fotografía: Chroma Servus
Paranaense (Entre Ríos) con actual sede en Rosario (Santa Fe), Pastachuli es una productora de música que lleva publicado un pequeño tesoro de singles y EP independientes desperdigados por la Internet y que están disponibles para libre descarga.
De perfil discreto, La Pasta (como se la conoce de manera informal) se convirtió en un acto de culto desde sus primeras apariciones hace dos años, en el más que subterráneo circuito vaporwave rosarino.
Magic Cream, KITT, Uroboros y Hidden Dimension son algunos de los EP que lleva publicados Pastachuli hasta la fecha. Los temas que crea se incluyen por sus sonidos de arpegios, secuencias prolongadas y pads donde logra fusionar sonoridades contemporáneas experimentales con la estética musical de la década del ochenta.
Su más reciente novedad es Petricor (autoeditado, 2020), veinticinco minutos de un soundtrack para aventurarse en nuevos territorios de trance hipnótico con beats que no negocian su exigencia psicofísica. Dejando atrás sonidos del chillpop que caracterizaron sus esfuerzos anteriores, ahora Pastachuli parece tomar el control de la pista, poniéndose al frente de todo, subiendo la apuesta y transformando cualquier recinto en una warehouse industrial.
Según Wikipedia, «Petricor es un nombre dado al olor que se produce al caer la lluvia en los suelos secos». El término fue acuñado en 1964 por los científicos australianos Isabel Bear y R.G. Thomas, para hacer referencia a este aroma, procedente de la unión de varias sustancias, que se entrelazan entre sí. Es paradójico que un disco que lleva un título tan gentil, sea tan directo y poderoso, sin restricciones, ni ataduras. Pero entre el petricor de los perfumistas y el Petricor de La Pasta hay una constante que permanece: son tan irresistibles como atractivos.
El disco marca una ruptura en la obra de Pastachuli: hay un sentido evolutivo en estas seis canciones, tanto en lo estético como en lo técnico (suena mejor que nunca). Además, Petricor denota una búsqueda de otro tipo de experiencia, tanto el disco como el set en vivo. Habrá un antes y un después de estas canciones en directo.
¿Será así la sonoridad en el futuro de Pastachuli? Quizás. O puede que, según su propia tradición, siga adelante obedeciendo a su curiosidad e instinto, sin rendir cuentas a nadie, como es la ley de un artista real.

Parte sustancial de Petricor fue estrenado en diciembre del año pasado, en la jornada final del festival Núcleo, donde estuvo cerrando. Esa madrugada de domingo, La Pasta envolvió a todo el público presente en el Galpón de la Música en un frenesí eléctrico que hizo caso omiso de las altas temperaturas de un verano inminente.
Mientras las pupilas corrían la suerte de la química y el baile primaba en los cuerpos presentes, la alquimia entre la gente y la artista fue tal que cuando los encargados del recinto intentaron prender las luces antes de tiempo, el abucheo general se desperdigó de manera furibunda. Ante el justo reclamo del público, Pastachuli pudo seguir veinte minutos más, concluyendo ante una ovación final.
Discreta y modesta, Pastachuli parece solamente romper el silencio con su música. Cuando aparece, quiebra la quietud con alguna fecha en vivo o nuevo material. Mientras tanto, crece un imaginario a su alrededor: la de una mente ocupada en el desarrollo de nuevos sonidos sintetizados a la par de su profesión como antropóloga.
Feminista férrea. Perfeccionista. True believer del «hazlo tú mismo». Trabajadora dedicada. De pocas palabras, pero aún así una conversadora ilustrada. Pastachuli sabe que en la acción, todos los caminos y las creencias se potencian conjugándose en algo diferente y mejor. Por eso, en un circuito donde el feminismo toma un protagonismo merecido, cree en ocupar espacios los espacios existentes mientras se crean nuevos. «Sobre todo en una situación política adversa como fueron los años de macrismo. Hay que tratar de encontrar espacios. Si no los hay, crearlos».
Su producción puede encontrarse desperdigada por Spotify, Bandcamp y YouTube, burlando cualquier idea de planeamiento comercial o de estrategia publicitaria. Hay una premisa básica: hacer música en la mayor libertad posible.
Ambient, chill, lo-fi, trap y vapor se entrelazan con exquisitas referencias gestando una red de intertextualidad que remite a diferentes décadas, escuelas y vanguardias estéticas. En el imaginario que exuda la productora, el pop art se mixtura con la fascinación por tecnocracia del vaporwave y el retrofuturismo kubrickiano de una ciencia ficción de diseño quirúrgico.
Ante la amplitud sonora, Pastachuli establece la diversidad como prioridad. «Son todos mundos diferentes entre sí. A veces me pregunto si debería cambiarme el nombre según cada proyecto porque es todo re diferente». Allí, en la mutación de la inquietud, su música sabe encontrar un equilibrio entre evolución, experimentación y relax.
La idea de simplemente ser, lejos de etiquetas y dogmas, es otra de las prioridades de la artista argentina. «Hay que permitirse ser. Si no lo somos en el ámbito artístico, no lo vamos a hacer en nuestras rutinas de vida cotidiana», reflexiona.
En un mundo donde encajar es ambición y ser etiquetado, la norma, Pastachuli fluye de manera diferente, buscando una bifurcación de la corriente principal: «A veces preguntan qué género hago y no podría definirlo. No hay que volársela si no encaja en la definición que el otro espera. Uno arranca y en el medio del proceso se pregunta qué está pasando. Eso pasa a la mitad del camino de construcción. ¿Qué hago? No sé qué hago, pero sale».