Baby Driver, una película para escuchar

Baby Driver, una película para escuchar

El estreno de Last Night in Soho se ha pospuesto hasta el año próximo y en su lugar hemos decidido recuperar Baby Driver, última pelicula de Edgar Wright.

Es posible que Edgar Wright sea uno de los directores británicos actuales que ha conseguido afincarse con mayor éxito en la industria cinematográfica de los EE. UU. sin renunciar por ello a sus señas de identidad. La idiosincrasia de películas como Shaun of the Dead (2004), Hot Fuzz (2007) o The World’s End (2013) es británica hasta la médula, a pesar de que tanto estas como la mayor parte del resto de su filmografía son coproducciones con importante participación de capital estadounidense. A la relevancia de Wright también ha contribuido su trabajo como guionista en películas de corte más convencional como The Adventures of Tintin (2011) o Ant-Man (2015), aunque se haya preocupado al mismo tiempo por mantener sus credenciales de autenticidad con su presencia como productor ejecutivo en las excelentes Attack the Block (2011) y Sightseers (2012).

Pero Baby Driver (2017) supuso el primer intento de Wright de llegar al gran público con una obra enteramente propia, escrita y dirigida por él mismo. No se trata de su película de mayor presupuesto —esta sería la ya comentada en estas páginas Scott Pilgrim vs. The World (2010)— pero sí la que mejor ha funcionado en el sentido estrictamente comercial. Hay diferencias con el resto de su obra, comenzando con el hecho de que se trata primariamente de una película de acción aunque el peculiar sentido del humor de Wright salpimenta buena parte de los diálogos y se abre paso hasta dominar unas cuantas escenas. En este sentido, resulta difícil considerar Baby Driver como una anomalía o desviación del resto de su filmografía, compuesta por largometrajes de tono más bien ligero que les permite servir primariamente como vehículos para el entretenimiento del espectador, a pesar del ocasional comentario social presente en alguno de ellos.

La premisa de Baby Driver es sencilla, con el protagonista epónimo —encarnado por un Ansel Elgort procedente de películas orientadas al público juvenil— viéndose obligado a trabajar a su pesar como conductor especializado en huidas para el antagonista aparente, un «emprendedor» dedicado a organizar atracos en sucursales bancarias interpretado por el siempre correcto Kevin Spacey. A partir de aquí la trama se embrollará lo justo, sin grandes giros argumentales ni plúmbeas escenas expositivas hasta la llegada de una resolución satisfactoriamente agridulce. Pero por el camino habremos asistido a un soberbio espectáculo audiovisual en el que a la música se le ha reservado un lugar central. Baby Driver dista de ser un musical pero su director y guionista se ha tomado muchas molestias para convertir la música en el elemento articulador del filme, llegando al extremo de contar con la cantante Sky Ferreira, Flea —bajista de Red Hot Chili Peppers— y el compositor Paul Williams en algunos pequeños papeles. Pero más allá de lo anecdótico, el aspecto musical de esta película cobra especial brillo en las numerosas escenas donde la acción se sincroniza al ritmo de una banda sonora casi enteramente diegética, formada por las canciones que Baby escucha incesantemente durante la que bien podríamos llamar su «jornada laboral».

En esta banda sonora Edgar Wright conjuga las inevitables concesiones a la nostalgia que hoy se exigen de casi cualquier obra de ficción con un firme posicionamiento en la actualidad, sin importar que el peso específico del rock y el pop clásicos sea muy superior a todo lo demás o que el tema central sea nada menos que «Brighton Rock», de Queen. Esta es una de las fortalezas de un filme que, lejos de limitarse a contemplar con añoranza la juventud de su autor, consigue mantenerse a caballo entre tradición y modernidad e insufla nueva vida en el clásico subgénero de películas de robos.

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