La propuesta de Niña Polaca personifica Madrid en tardes por el fotografiado barrio de Malasaña y la fantasmagoría de este incierto futuro.
Al final sí que hay santas que te quitan lo que creías que te habían dado en un principio. La confianza es algo que tan pronto te dan, como olvidan porqué lo hicieron por no soportar que quieras seguir siendo independiente, libre. Mujeres que no dejan rastro en los bares, o era al revés y son los bares los que no han dejado rastro en esas mujeres. Y en medio siempre tú, perdido en esa realidad que te rodea, pero a la que nunca llegas a comprender.
Malasaña es donde desaparecen estas mujeres o, por lo menos, esa es mi experiencia. En sus bares aparentan ser reales, como estos dedos que dudan de la realidad que teclean, que desconocen la siguiente frase que van a escribir. Al igual que yo, que cuando parpadeo, la mujer de Malasaña viste distinto y habla en idiomas imposibles de comprender por mí.
«Pinta Malasaña» como dice Niña Polaca, con su postureo de colores, psicodélicos como los sonidos en los que se destiñe. Uno se mancha de Malasaña para que sus sueños sigan pulcros. La realidad es la que ensucia sus calles. Malasaña siempre es mejor al día siguiente. Se la ve más nítida desde el amanecer de una mirada que acaba de abrir los ojos a un nuevo día. Los recuerdos hacen de Malasaña un lugar donde definitivamente esa mujer de la que antes hablaba, se ha convertido en otra. Conversaciones interesantes porque sabemos que mañana las habremos olvidado. El interés es algo inversamente proporcional al que sí que consiguen las entidades bancarias.
Pero en la banda sonora de nuestros ojos y nuestros pasos siempre está esta ciudad que lo capitaliza todo con esa sangre roja que corre por la humanidad de sus calles. Sus huesos se parten en callejuelas que hacen de sus rodillas una belleza femenina y sutil. Madrid es una Niña Polaca, que canta y baila como la mejor de las go-gos. Yo conocí una en el cumpleaños de la luz, y tuvo que venir a salvarme de ella la chica socorrista. Tengo que dar las gracias a las tres.
«Madrid sin ti», Niña Polaca que la cantas, es más triste desde que se ha convertido en un desierto de asfalto y fantasmas. Su realismo no es nada mágico. La ciudad está vacía y es difícil ver la botella medio llena, aunque gracias a Dios ya no sea ella la alcaldesa. Ahora manda en la ciudad, un atlético de corazón, pero de formas blandas y aspecto dulcemente virginal. Sería entrañable de verdad, si no fuera porque de sus entrañas se extrae un aroma igual de rancio que de la anteriormente nombrada.
Pero miras al cielo y su inimitable añil anaranjado al anochecer ilumina el optimismo de las cañas bien tiradas de los bares de Madrid. Hay que tomárselas fuera. Dentro, alguna de las que han sido mis mujeres imaginarias (aunque nunca tendré claro del todo su condición), comparten los líquidos que beben con tipos más reales que yo. Sé que ese momento llegará, aunque ahora solo mire hacia la realidad del suelo, sobre el que mis zapatillas flotan como nubes oscuras a punto de llover.
Sale el sol, ilumina todo el sistema, y en uno de sus planetas, la Niña Polaca hace música de todo esto que he contado y que no tiene ningún sentido, como todo lo que está pasando.