El pasado viernes acudimos a la primera de las tres citas de presentación del último disco de Le Voyeur: nuestro primer concierto en un año.
Fotografía: Eva Sanabria
Ya ha transcurrido casi un año desde el último concierto al que asistí, doce meses que me resisto a considerar musicalmente en blanco, pero que han sido difíciles para las escenas de base por motivos en los que no es preciso ahondar aquí. Son de sobra conocidos los estragos causados por la COVID-19 en la mayoría de aspectos que componen nuestras vidas y, precisamente por ello, me permití sentirme animado y hasta esperanzado mientras me encaminaba al recinto donde iba a celebrarse el concierto de Le Voyeur el pasado viernes 12 de febrero, el primero de estos eventos al que iba a asistir en mucho tiempo.
La presentación del álbum Popnografía (Error 404, 2020) ya había sido postergada en varias ocasiones, concretándose finalmente en una serie de tres conciertos programados en la céntrica Sala Vesta de Madrid en sendos días consecutivos —viernes, sábado y domingo—. A medida que las fechas anunciadas se aproximaban todo parecía indicar que esta ocasión sería la definitiva, aunque la incertidumbre que estos días aqueja a cualquier evento cultural hizo que no pudiera estar seguro hasta que por fin vi a Miguel Marcos subir al escenario acompañado de dos de sus compinches: el guitarrista Diego Serrano y Álvaro Rivero como encargado del sampler y aparataje vario. La formación de la banda siempre ha contado con un grado de fluidez, si bien el propio Miguel ya había anticipado hacía unos meses cuál sería el formato adoptado por Le Voyeur para el futuro inmediato.
El comienzo corrió a cargo de «Los días inertes» y «El loop de Prometeo», como si con estos dos primeros sencillos extraídos de Popnografía la banda quisiera dejar patente el objetivo de la velada. Tras las presentaciones de rigor, el trío acometió la estupenda «El jardín de las delicias», con unos fraseos de guitarra armonizados entre los cuales Miguel y Diego intercalaron alguna divertida mirada cómplice, especialmente con ocasión del verso «tienes que entender que las cosas no son como antes». A partir de este momento el concierto se permitió echar la vista atrás hacia épocas anteriores del proyecto, con «Qué bello es» y «La tierra fértil», uno de mis temas preferidos de Le Voyeur. «El tobogán de Fellini» y una versión por momentos susurrante de «En la cocina gulag» fueron defendidas únicamente por las guitarras eléctricas y la voz de Miguel Marcos, antes de dar paso a la resultona «Error 404», de la que el vocalista afirmó jocosamente que creía haberla ensayado de otra manera, pero que había salido bien igualmente.
Es posible que las limitaciones del formato de trío condicionaran el talante de la banda, constriñendo la faceta más rockera de su música y potenciando a cambio el baile de su música bailable de su música —especialmente en una «Democracia» que llegó cerca del final— y los aspectos teatrales de la actuación. No obstante el propio Miguel llegó a mencionar que echaban de menos a su baterista habitual, presente entre el público pero no sobre el escenario. Como despedida, Le Voyeur nos ofreció «Disculpen las molestias» en solitario, aunque estaba claro que la cosa no podía quedar ahí. Diego y Álvaro volvieron a subir a escena para ofrecer una traca final con la esperada «Esclavos del pop» y «Tarantino Resort Jazz Club», el último de los temas de Popnografía que vio la luz durante su prolongado proceso de publicación y con el que la noche —más bien la tarde— llegó a su fin. Sin embargo, Miguel reveló que tras este fin de semana en la Sala Vesta no habría más conciertos de Le Voyeur hasta el próximo 6 de noviembre, fecha de un nuevo recorrido por las canciones de Popnografía en un espacio tan señero como el Teatro Lara.