Viajamos por las rutas sonoras del continente americano de la mano de Piel de lince, el último disco de Los Malinches.
El calor del verano se mete en vena. Se adentra en el asfalto, fríe huevos sobre macizos montañosos y nos adentra en un estado de letargo similar a la hibernación. Pocas actividades, más allá de la siesta y las reuniones sociales con bebida fría que llevarse al coleto, consiguen que nuestra atención se encienda. Las parrillas televisivas y cinematográficas descansan de sus medidores económicos. Las ciudades sin oleaje están tranquilas. Los locos vagan por la calle a primera hora de la tarde. Los locos entran en estado catatónico escuchando el último largo de Los Malinches, Piel de lince (autoeditado, 2021).
Ni peyote ni hierbas medicinales. Escuchar a Los Malinches puede recetarse como cura para todos los males. Te lleva a otra dimensión sin necesidad de elementos ajenos (aunque el calor estival haga lo suyo, qué duda cabe). El grupo murciano lanza mensajes feministas y pacifistas desde su primer corte («Biónicos») mientras se desenvuelve con soltura entre sonidos psicodélicos y progresivos. Su viaje a Woodstock se alarga hasta recorrerse el continente americano de norte a sur («Piel de lince», «Mentiras», «Evocación» brasileira), disfrutando de experiencias casi religiosas («Kama Sutra», «Kadin») y danzas del fuego infinitas («Me siento loco», «Abrir la mente», «Azufre y fuego»). Piel de lince resulta un experimento evocador (como su «Rayo molecular»), perfecto para limpiar la mente y los chacras. Un disco con el que volver a la rutina con las pilas recargadas, los pensamientos limpios y la mente repleta de psicodelia, surf y rock.