Los barceloneses Pantocrator publican Sálvame, su último trabajo y un ejercicio televisivo y punk a partes iguales.
El mundo es de la gente con jeta. Te lo canta Pantocrator, en la canción de cierre, con una mezcla entre decadencia y Olivia Newton-John pasada de rosca en su utópico Xanadú. La banda catalana ha conseguido llevar a la obra total de Wagner a otro nivel. No es un disco ni un videoclip. No saben cantar (ni bailar), pero no se los pierdan en este reality televisivo titulado Sálvame (Helsinkipro, 2022).
Crisis existenciales personales, emocionales y laborales. El mundo se nos derrumba delante mientras el estrés antes, durante y después de nuestra jornada laboral no nos da tiempo ni para mirarnos el ombligo. La cuenta bancaria crece a principios de mes y se precipita a mediados del mismo. La soledad del treintañero actual se ve adelantada por el hastío e infelicidad del veinteañero nacido viejo. Dios da pan para quien no tiene dientes, y la vida da dinero para quien no sabe disfrutarlo. El ocio se pervierte y las vías de escape se esfuman. Sólo una permanece impertérrita ante el aso del tiempo: la telebasura. Pantocrator lo sabe. En alguna ocasión ha caído en sus redes, ha compartido memes de Chelo García Cortés o ha engullido palomitas de maíz frente un sábado costroso, animado únicamente por el morbo de Conchita y su polígrafo. Pantocrator es humana y muestra sus carencias (y las de su generación) en menos de quince minutos.
«Sintonía del caos», como un buen detonante iniciático, aparece como el nexo entre sus anteriores sencillos y esta nueva etapa en la que sus letras son más cuidadas y su contundencia no ha bajado decibelios (así lo demuestra su sucesora, el grito «En anteriores capítulos» o la punkarra «Teléfono de aludidos»). Las relaciones personales nacen muertas y Pantocrator las deja en evidencia en himnos como «Exclusiva» (fronteriza) o «Polígrafo» (desde el preciado rencor). Aunque Sálvame no llega al cuarto de hora, este descanso es suficiente para encarar problemas como el exceso de actores publicitarios en este circense mundo («Publicidad») o el castigo público y privado hacia lo irreverente, lo mal visto o lo visceral («Gala de confrontación» y su tarareable estribillo). Pantocrator se encuentra como pez en el agua entre el fango y la basura social, sacando a relucir las miserias privadas y públicas sin descuidar la calidad musical de su propuesta.