El punk y el ruido llegaron el pasado sábado 29 de octubre a Wurlitzer Ballroom con las propuestas de Cuchillo de Fuego y Balcanes.
Fotografía: Eva Sanabria
La programación del sábado 29 de octubre en Wurlitzer Ballroom no me había preparado para esperar una parroquia tan escorada hacia el goticismo, con abundancia de ropajes negros, alguna camiseta de Christian Death y la presencia de miembros de Somos la Herencia entre el público. Todo lo que rodea a la discográfica Humo Internacional parece rodeado de un halo de negrura y no en vano estaba a punto de asistir a las actuaciones de dos bandas de su escudería: Balcanes y Cuchillo de Fuego, dos bandas que difícilmente podríamos incluir en la eufemística etiqueta post-punk pero cuya oscuridad resulta incuestionable.
Liderada por Pablo Fernández —el hombre tras Humo Internacional—, la propuesta de Balcanes me pareció de difícil clasificación en mi primer encontronazo con la banda, en un Humo Fest celebrado en Oviedo en tiempos prepandémicos. Sin embargo, la banda muestra ahora un perfil más aseado en sintonía con los sonidos ligeramente más digeribles que encontramos en Gloria Eterna (Humo Internacional, 2022), su recién publicado primer álbum y el motivo probable de su visita a Madrid. El sonido del grupo no ha abandonado su bagaje experimental y noise rock, pero adopta ahora formas más semejantes a canciones, cristalizando en algunos temas tan estupendos como «Un hombre solo» o «La paz no durará».
A diferencia de Balcanes, Cuchillo de Fuego no contaba con un nuevo trabajo que presentar —hace ya unos meses que su Megavedra (Humo Internacional, 2017) cumplió cinco años—, pero ello no impidió que los componentes del grupo tomaron posesión del escenario con el consabido anuncio acerca de los tres pilares sobre los que reposan sus canciones: Pontevedra, España y las cafeterías. Casi como si pretendiera despejar toda duda sobre el último punto, la banda arrancó con una aplaudida y coreada «Nocturno» seguida de la efectiva «Fiestas de la peregrina» y culminando con una «Valencia» que terminó de enfervorizar al público, suficientemente enloquecido con apenas tres temas. Casi tan apasionantes como sus canciones resultaban los parlamentos del vocalista, especialmente el que llegó como presentación de «Las motos de agua» y que con fino sarcasmo explicaba el rol de estos pseudovehículos como metáfora del orden natural de las cosas y la división del mundo entre los que poseen uno y los que no. Pero en el repertorio de Cuchillo de Fuego no faltaron grandes clásicos como «Bouquet (Fuego y mierda)» y «Erasmus infinito» antes de llegar a la apoteosis final que fue «Forforcio», con gente volando, empujones y todo el ruido que esperábamos de unos auténticos reyes de España.