Volvemos al Maravillas Club para disfrutar de la potencia de Blue Bizarre y la especial propuesta de Suko Pyramid con nuevo formato.
No vamos a negar la mayor: en España la gente se vuelve loca cuando llega un mundial de fútbol. Si luchar contra las competiciones caseras y europeas ya es complicado para las salas locales, si se presentan clasificatorias a nivel mundial, es el acabose. Juegue (o no) la Roja. El (no) público siempre encuentra una excusa perfecta para no apostar por el emergente musical. Pero aquí nos va la marcha y las propuestas diferentes. Por eso nos plantamos en el Maravillas Club para reencontrarnos con Suko Pyramid y descubrir el potencial de Blue Bizarre.
Las lluvias apelan a quedarse en casa bajo una pila de mantas. A desconectar del móvil para sentirse un fantasma pasando de los planes con los colegas. Refugiarse en sopas de ajo y lecturas junto a la chimenea. Bueno, en nuestra cabeza. Seamos serias: nos pierde más un concierto que encontrarnos con veinte euros en un pantalón recién lavado (y en perfectas condiciones). Ni lluvia, ni frío, ni competiciones malencaradas. Queríamos nuestra dosis doble de emergencia y la tuvimos con las actuaciones de Suko Pyramid y Blue Bizarre en Maravillas Club el pasado sábado 10 de diciembre.
Hay proyectos que llaman tu atención por una canción, un ritmo o una portada. Y luego está Adrián Suchowolski y su alter ego Suko Pyramid, quien se atreve a crear monólogos nunca antes ensayados delante del espejo o a subir a siete músicos sobre el escenario de la Maravillas para dar a conocer su nuevo sonido. Sí, aún existen esas melodías que te llevan a otras realidades sin pasar por etiquetados. Canciones que son bandas sonoras sin haber sido creadas para ello. Llámalo universalidad. Llámalo talento natural. Suko Pyramid comparte pasaje con vaqueros y astronautas, con las comedias de teléfonos blancos, buscando exparejas en una tienda de música y con lo más in del indie estadounidense. Cada canción habla con un lenguaje propio y su concierto nos emocionó desde la intimidad («Restart»), la sonoridad («I’ll Go Extinct») y la épica más cotidiana («Crying Kisses»). Él no lo sabe, pero nació para generar bandas sonoras personales sin conocer (casi) a los que fuimos a su concierto.

Después del intimismo (incluso con siete músicos sobre el escenario, sí) y la burbuja idílica creada por Suko Pyramid, era el momento de romper esa utopía y darnos de bruces con la realidad. O, mejor dicho, con otra realidad. Si sus predecesores invitaron al público a una sesión de comedia fina de diálogos mordaces, Blue Bizarre saltaron desde la primera nota con la premisa de llevarnos de la mano por el Halloween más terrorífico, gritar con la saga más taquillera y ver sangre a borbotones. La noche de la bestia sentiría como suya la combinación de rock y grunge (e incluso metal) que el joven cuarteto destilaba en temarracos como «Verde» y «Tengo sueño». El pogo se veía venir, llegó y fue visitado por la versión invernal del animado hombre verde de la charca (versión mediante). Enorme potencia vocal de su frontwoman (Vivi) sobre el escenario en una noche en la que vimos las dos caras de la moneda y, sin ellos saberlo, del séptimo arte musicado.
