Los Mejillones Tigre se plantaron en Madrid con su cumbia psicodélica, su humor y su sabor sectario. Más que recomendable su directo.
Último fin de semana del mes carnavalero, ese mes en el que para muchos se unen la carne y la fe como si de un cuadro de Julio Romero de Torres se tratase. En Madrid pocos creían que después del concierto de Los Mejillones Tigre llegaría la ola del termómetro bajo cero. Pero llegó y sólo unos pocos mantuvimos calefacción incorporada gracias a lo vivido el viernes en la Fun House chamberilera.
Hablar de Los Mejillones Tigre es hablar de cumbia, psicodelia y rock. También de melodías hipnóticas y mensajes satánicos y sectarios. Desde el otro lado del charco o desde las murallas de El Palmar de Troya y las profundidades del baptisterio romano del siglo I de Las Gabias. Quizás por la cercanía a estos dos últimos puntos geográficos (y sus protagonistas), los jienenses son capaces de hilvanar canciones donde el humor se apodera del hermetismo que envuelve este tipo de sociedades. En el fondo, las sectas nos rodean y, muchas veces, entramos en ellas sin darnos cuenta. O sabiéndolo, como es el caso de la creada por Los Mejillones Tigre. Si varios tipos aparecen encapuchados sobre el escenario, son capaces de afinar cada nota (encapuchados, insisto), reparten chupitos y reparten carnés al final del concierto, ¿cómo no convertirte en adepta?
Carlos Jesús, agazapado entre el público, fue testigo del inicio avasallador con «Mejillón tigre», perfecto tema yeyé para la primera prueba de iniciación en la que descubrimos que «Ella no quiere bailar» y que «Yo soy el vampiro». Después del relax necesario con «Sunday Guajira», la segunda prueba nos pedía fuerza mental para tomar a palo seco «Ayacayé» y decirle al sol que no sos vos, soy yo en «Radiación». Entre saltos, panderetas y jolgorio extremo, el concierto llegaba a su ecuador sin ser el público consciente de que Tropical y salvaje y El fuego, sus dos LP, se hermanaban intercalándose en nuestros oídos y nuestras almas. A continuación, fue el momento de recordar a grandes personajes malignos como Jim Jones (y sus «Vacaciones en Jonestown»), Satán (a quien le declaran su amor), el verano en Jaén en «40 grados (o más)» o los festivales («La fábula del promotor y el trovador»). Incluso carap**** tuvo un cameo inesperado. Mientras «La avioneta» sobrevolaba nuestra conexión grupal, el fin se acercaba. Los Mejillones Tigre no bajaban el pistón y mantuvieron el tipo durante la hora y media que estuvieron sobre el ring de la Fun House. Las despedidas nunca se eligen, pero el marketing de la secta moluscular (basado en su encanto personal y la calidad de sus canciones) consiguió que lejos de entristecernos, nuestro fanatismo ante el plan mejillonero se hiciese mayor. Algo tuvo que ver la interpretación de «Apocalipsis zombie», «Encuentros místicoeroticos con Sheela» o «La cumbia es el nuevo punk». ¿El final? Bueno, es conocido mundialmente: el mejillón se come al tigre y nosotros nos comemos al mejillón.