Rafael Berrio y el mundo que verá el niño futuro

El cantante donostiarra Rafael Berrio nos sorprende nuevamente con Niño futuro, en el que se consolida como uno de los grandes compositores de esta década.

Fotografía: Gema Amiama

Es imposible hablar de Rafael Berrio sin remontarse a los primeros ochenta, donde en su Donosti natal daba sus primeros coletazos con bandas como UHF y sus colaboraciones con Poch. Diferentes etapas, que le han hecho ganarse a pulso la etiqueta de autor maldito, le han llevado a editar lo que ya tenemos entre manos: un álbum sublime, como viene siendo habitual, titulado Niño futuro (Rosi Records, 2019) y publicado el pasado 1 de marzo. Así, sin avisar, sin una canción de adelanto, ni videoclip, ni nada más que un breve mensaje en redes sociales.

El caso es que da la sensación de que nos encontramos con un autor en su mayor plenitud creativa desde que en 2010, tras cinco años de silencio musical, decide publicar su primer disco en solitario, 1971 (Warner Music, 2010). Tras haber cosechado grandes críticas con él y su sucesor Diarios (Warner Music, 2013), decide dar un vuelco a su sonido hacia el rock más visceral de Paradoja (Warner Music, 2015) hasta llegar a la calma en este nuevo disco. Lo primero que llama la atención de Niño futuro es que encontramos a un Berrio musicalmente más reposado, mirando hacia el Coney Island Baby (RCA, 1976) de su admirado Lou Reed, influencia que ha estado presente en toda su carrera. Formato básico de banda de rock, que destaca por la brillantez de las guitarras, melodías bonitas y toda una producción donde la canción es la gran protagonista. Como es habitual, nos encontramos a un Berrio casi recitando poesía sobre ritmos de rock en la que el existencialismo tiene una gran importancia, siempre a través del prisma de un autor capaz de contarlo como nadie. Pocos compositores son capaces de dominar tan bien la técnica y la emoción, lo cotidiano y el drama, la ironía y el humor.

El pasar con nada, el mendrugo de pan.
La indolencia a orillas del río.
Dadme al clarear lo que es mío:
La hermosa vida que amo.

El álbum se abre con una brillante «Dadme la vida que amo», que sin duda es una de las mejores canciones de su carrera. No solo es existencialista, sino que además es capaz de serlo desde un prisma que siempre resulta interesante. «El signo variable de las intemperies. / El vagar errante y solitario. / El alma elevada en los alcoholes fuertes. / La fiereza en los ojos deslumbrados. / El pasar con nada, el mendrugo de pan. / La indolencia a orillas del río. / Dadme al clarear lo que es mío: / La hermosa vida que amo». También es muy destacable la emocionante y loureediana «Mi álbum de nubes del cielo», en la que a través de una ventana nos trae interesantes reflexiones. El recitado se vuelve absolutamente presente en la canción que da título al álbum —que creo que podría considerarse la canción con más adjetivos de la historia—, que hasta nos puede recordar a los momentos más hipnóticos de los mismos Sonic Youth. También hay momentos para la luz y el optimismo en «Las tornas cambian», donde sobre una canción muy pop nos confiesa que «El signo es otro. / Empiezo a creer / que quiere la suerte dar / su brazo a torcer. / […] Es mi turno, es mi vez. / Las tornas cambian.», contrastando con otra de las destacadas, «Abolir el alma», en la que se acerca al discurso de su admirado Ciorán.

Sin duda, cuando Rafael Berrio publica disco siempre es uno de los discos del año y este Niño futuro no será menos. Imagino que nunca llegará al gran público, pero sin duda es una gran noticia que siga dejando por los siglos de los siglos una obra que algún día debería estudiarse en los libros de literatura.